Hace exactamente doce días se me practicó una histerectomía radical en la Clínica del Remei. ¡Parece
que ha pasado una eternidad! Los días que estuve allí, una semana, fueron en
general bastante llevaderos, a pesar del dolor (aunque éste estaba muy paliado
por múltiples drogas), de la inmovilidad que debía mantener en aquella
estrecha cama, de las complicaciones, la
debilidad que no me permitía hacer casi nada, ni leer, ni escribir, ni recibir visitas… Y entre otras cosas esos
días se hicieron llevaderos gracias a las atenciones, al cariño y apoyo de los más
próximos pero también de los más desconocidos; me refiero a enfermeras/os y
auxiliares de enfermeros de la Clínica. El último día, cuando las fuerzas
mínimas me permitían volver a casa, me embargó una emoción profunda de
agradecimiento y me prometí que les dedicaría unas líneas en este blog.
Sin más demora, quisiera dedicar
hoy unas palabras a las enfermeras/os y auxiliares de la Clínica del Remei que
me trataron con tanta profesionalidad pero, ante todo, con tanto cariño.
Agradecí y agradezco y estaré eternamente agradecida a todas sus muestras de empatía,
paciencia y dulzura. Guardo recuerdos entrañables, simpáticos, íntimos… El
comentario sobre mis braguitas que ella tenía iguales; la ternura de unas manos
al bañarme, secarme y perfumarme; las
confidencias sobre las operaciones que ellas habían sufrido; el enfermero “campeón”
que chocaba su mano contra la mía como un jugador de basquet; los apelativos que
me parapetaban contra el dolor, el
hastío o el bajón (guapa, bonica, reina, princesa...); el gesto de comprensión de
la enfermera que me consentía el capricho de cambiarme una manzana por
cualquier otra fruta porque yo no quería manzana; los bombones compartidos; el gesto de
comprensión del enfermero de noche ante mi ansiedad e insomnio; la sonrisa; el
guiño de complicidad; etc, etc
Nunca había apreciado tanto la
importancia de esta profesión, de esta carrera sumamente vocacional. Nunca
había reflexionado tanto entre las similitudes entre esta profesión y la
mía, la enseñanza. La importancia que tienen la empatía, la paciencia, la dulzura, el
buen humor, la disposición a dar y recibir, compartir, el agradecimiento… una sonrisa.
Gracias a Ariadna Puig (compañera
en el colegio de mi hija Marta que reapareció en mi vida, una de esas noches, adulta, vestida de enfermera), a Mireia, Laura, Teresa,
Silvia, Elena, Montse, Soledad, Pere, al “campeón” (el enfermero bajito de la
noche), y a todos aunque, lo siento, no recuerde su
nombre o simplemente se me olvidó preguntarle. No sé quién era enfermera/o y
quién auxiliar de enfermero; para mí todos fueron de la misma importancia y
valor. Sin su vocación, su capacidad de trabajo, su profesionalidad, su cariño, no sé si guardaría tan
buen recuerdo de esta experiencia.